viernes, 31 de diciembre de 2010

Dealers en el Pasillo [Por NaughtyBear]


Yo trabajo en una productora, hacemos comerciales  de TV, videos institucionales, programas de TV y demás boludeces. Lo particular del caso es que esta productora no está ubicada en una casa con un tinglado como normalmente suele ocurrir, sino que está dentro de un paseo comercial. Si, un paseo en el cual hay diferentes locales de toda índole: joyerías, venta de ropas, cosas en cuero, peluquerías, restaurantes, etc.
Típico ejemplo de douchebag

Hasta hace poco, el local vacío que estaba frente a nuestras oficinas fue alquilado. Trajeron estantes, ninguna mercadería, los pibes que atienden se ven sospechosos, una onda "douchebags" (medio fisicudos, bronceados, con tatuajes y peinados extraños con gel, imbéciles natos), y en la semana entran máximo dos clientes. O es un putero o venden merca, reflexioné.

Un día me hallaba trabajando como siempre en mi isla de edición (abierto el editor de videos, el Facebook, el MSN, el Torrent, el Jdownloader, el Skype y Wikipedia… qué? hay que culturizarse, ¡che!) y de repente… ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! Disparos, corridas, gritos, una desesperación total. Yo, sacándome los auriculares solo atiné a decir “¡Sssssssssssssssshhhh!”. Estaba molesto, pues llevaba bastante tiempo editando ese video y a esa altura ya no estaba para jueguitos. El ruido se detuvo por un momento, pero mi alivio fue interrumpido nuevamente por ruidos de vidrios rotos y más disparos.

el pepino asoma amenazante
Iracundo, me levante de mi silla y me dispuse a abrir la puerta de mi oficina, que da al pasillo. Asomé mi cabeza y vi que la puerta del negocio de en frente estaba totalmente destrozada. En el piso, yacía totalmente ensangrentado el limpiador del paseo, con una hamburguesa en la mano. “Ewwww… tiene pepinos” acoté (no me gusta la hamburguesa con pepinos).

podríamos decir que se tratan de bochitas, ¿no?
Tratando de no pisar el charco de sangre me fui a curiosear dentro del local de enfrente (tenían la puerta abierta, y que es lo que uno hace ante una  puerta abierta? Entra! Que va ser). Una vez allí encontré a un compañero de trabajo, que estaba revisando los cajones de los estantes. “¿Qué hacés?” -pregunté. “Seguro hay merca por acá… o algo más”. “Podremos venderla a la gente de la tele” pensé, entonces decidí buscar también, pero solo encontré bolas de naftalina. Guardé unas cuantas para venderlas a la gente de la tele… (están tan quemados que ni se darán cuenta).

Al salir al pasillo de vuelta encontré a mi compañero de trabajo sacando la hamburguesa de la mano del pibe que yacía en el piso. Retiro el pan de la parte de arriba y la empapó con la sangre que brotaba del pecho del limpiador. “Boludo, tiene pepino” le dije. “Le ponés un poco de kétchup y no pasa nada” acotó. Lo miré con desaprobación y bajé las escaleras.

Una vez abajo, todo era un verdadero desastre. Gente corriendo por todos lados, balazos, gritos, destrozos, histeria generalizada. Detrás de un sofá se hallaba un peluquero que tenía garras de metal (¿era un X-men? -pensé), con ellas agarraba una pistola la cual infructuosamente trataba de disparar. Me agache y le pregunte: “¿Qué pasa, loca?”. Sin dejar de mirar hacia el frente me dice “Están todos locos, no le vamos a entregar, no señor” y se levantó como Western setentoide y lo dejaron como colador. “Uh, acá se armo la podrida” reflexioné.

Liar Liar nos enseñó que: You gotta pee when you gotta pee
Tenía ganas de hacer pis, recordé que en la película “Mentiroso, mentiroso” dijeron que si no vas cuando querés te puede dar cáncer, y fui al baño. Abrí la puerta y había una mesa con buffet. “Canapé?” me dijo el cheff, “no, pipí” le dije, y me dirigí a uno de esos cubículos. Al entrar, estaba una mina sentada en el inodoro, temblando de miedo. “¿Qué pasa, nena?” pregunté, ella simplemente me ignoró. “Bueno, quiero hacer pipí, o si no me va a dar cáncer”, la agarré del brazo, la levanté, le di un beso en la mejilla como capo mafioso y la saqué del cubículo para poder evitarme sesiones de quimio y quedar como un Lugo cualquiera.

¡No me peguen!
Era largo el chorro que debía soltar, el placer que sentía en ese momento era superior a cualquier otro placer terrenal, mayor incluso al de engullir una hamburguesa cuarto de libra doble con papas grandes y gaseosa grande, pero light, claro. Una vez terminada mi función, salí del cubículo en el que me hallaba. La chica a quien recién había echado me apuntaba con un dedo, diciéndoles a los peluqueros armados que estaban con ella “¡¡¡EL TIENE LA MERCA!!!”. No entendía lo que pasaba, metí mis manos en mis bolsillos buscando algún arma o algo por el estilo, pero ni algo por el estilo tenía. Es más, algo por el estilo tendrían los peluqueros, al ser estilistas –elucubré. “¡Pero, son solo bolas de naftalina!” grité. Se disponían a abalanzarse sobre todo mi ser. Desesperado, solo atiné a gritar “Miren atrás, ¡Giordano!”. Me sorprendió lo pelotudos que podían llegar a ser, pues todos voltearon a ver, comenzé a cagarme de la risa. En eso voltean nuevamente hacia mí, cayendo yo en razón que hubiese sido mejor correr y no reir.

Ya sintiéndome como sentenciado a ser productor de El Conejo, en una medida desesperada traté de repetir la misma fórmula y grité “Miren atrás. ¡Joseph!”. Inmediatamente todos los peluqueros comenzaron a retorcerse de dolor y vomitaron, vomitaron muchísimo. “Ok, hoy no pido menú del día” (comemos todos en el mismo lugar en el paseo: editores, peluqueros, vendedores, etc.). La chica que me acusó corrió furiosa hacia mi, pero resbaló en el vomito de los peluqueros. El chef me miró sonriente, me hizo “ojito” y desapareció dejando una cortina de humo en el proceso. “Chau, mi capitán” susurré mientras me disponía a salir del baño.

Pensando que todo esto no daba para más decidí ir a casa. Los balazos seguían, me escondí detrás de un pilar en el pasillo. Y ahí, ahí nada más… Uno de los pibes que atienden en el negocio de enfrente pasa corriendo con una bolsa llena de merca tratando de escapar. “Hijo de puta” pensé, y me salió el alma de súper héroe que llevo adentro. Lástima que era el de Aquaman, pues solo atiné a tirarme dentro de una fuente que había en el paseo. Una vez superado mi lapsus mental, salte de la fuente y comencé a correrlo al tipo. “¡Qué corrés, putito, sabemos que vendes merca acá, locooo!” le gritaba mientras lo perseguía. El tipo volteo a mirarme y al mejor estilo Mario Kart, dejó una cáscara de banana en mi camino. “Si lo piso, aprieto B y zafo” pensé. Pero no, lastimosamente la vida no es como Mario Kart, y Justin Bieber no es el nuevo Kurt Cobain, así que no jodan, ¿eh?

mucho más peligrosas de lo que parecen...
Resbalé, resbalé muchísimo, como nunca antes había resbalado. Veía pasar toda mi vida mientras resbalaba: Nací con mamá mirando la tele, a mis tres años mirando al pato Donald en la tele, almorzando frente a la tele antes de ir a colegio, apretando con mi primera novia mientras veía el mundial Italia 90 en la tele, recibiendo mi titulo de licenciado frente a la tele, ya anciano me acercaban con mi silla de ruedas para que vea el ataque a las torres gemelas en la tele… una buena vida, pensé. Pero que mejor corolario para todo ello el ver que irremediablemente me dirigía hacia una bella damisela de exuberantes pechos y falda corta sentada en una mesa, tomando un jugo de naranja en un paqueto local en Carmelitas. “Al llegar a la vereda, me agacho” me dije a mi mismo mientras chocaba los cinco con Joaquín Serrano que venía a mi lado. Mi pie se trabó contra la vereda, me puse en posición de campeón de clavados de las olimpiadas y me dije “Acá si que ganamos, ¿eh?”. La chica volteó hacia mí y comenzó a gritar horrorizada. De la desesperación iba cayendo de espaldas en su silla con las piernas abiertas. “Tanga floreada, como me gusta a mí” fueron mis últimas palabras, y luego un simple “Flup”.

Sentía un líquido frío en mi rostro. “¿No debería ser al revés?” pensé. Abro paulatinamente mis ojos para encontrarme no con una bella dama de tanga floreada, sino con mi compañero de trabajo en cuya mano tenia una botella de cerveza. “Boludo, te dormiste” me dijo. Con mis ojos apenas entreabiertos por el exceso de luz que en ese momento percibía, lo miré y le dije: “¿Por qué me mojaste con cerveza?, eso no se hace”, a lo que respondió: “No sé man, estoy re loco”.

Se dirigió hacia la puerta para salir de la oficina y antes de salir me dijo “Che, man… cambiate de pantalón, tenés un terrible olor a meo”.

jueves, 30 de diciembre de 2010

La noche en la que eyaculé en una taza [Por Jemingüei]



…Lucía llegó agitada, un poco mojada por la lluvia. Me dio un beso nervioso en la mejilla, se sacó la cartera y la colocó en su regazo. Mientras se frotaba los antebrazos debido al frío del aire acondicionado, pidió un café cortado con edulcorante, y por fin me miró con esos tremendos ojos melados y, buscando mis manos, me dijo:
-Perdoname por lo de anoche…
-Eh, mejor no hablamos del tema –le dije, separando mis manos de las de ella.
-Pero yo quiero aclarar las cosas
-No, no hace falta.

La historia de hoy tiene que ver con creencias místicas y religiosidad, y su permanente interferencia en la felicidad sexual de las personas. Ustedes, quizá, alegarán: “¿y si es feliz así?”. "Tal vez", podría responder, pero tengo el deber de comunicarles que no es así ya que quizá los mayores afectados por este tipo de creencias y prácticas somos los que no nos ceñimos a las mismas, permítanme explicarles…

Esto resumiría bien.
Todo empezó cuando comencé a festejar con una chica de nombre Lucía. Lucía era una muchacha encantadora, no pervertida por el sistema, de unas gomas titánicas y una sonrisa angelical (soy todo un poeta, ¿no?). A Lucía le gustaban los placeres sencillos, disfrutar de una película, una rica merienda, una buena cena; particularidades que –junto con su espléndida figura- me atraparon como león a su presa.  Así es, la divergencia de mis ideas (o síndrome de atención dispersa) y la innumerable cantidad de datos inútiles y proyectos sin acabar girando permanentemente en mi cabeza exigen un modo de vivir apacible y sin muchos dramas. He ahí donde coincidíamos plenamente con mi nueva amada… pero, lo que no tenía en cuenta era el insano enfrentamiento que habría de venir entre mis hormonas y sus creencias religiosas.

Era el 1º de Febrero del 2008. El día en que cumplíamos 6 meses de novios. Sus padres estaban de viaje y aprovechando mis suficientes-para-la-ocasión conocimientos gastronómicos tuvimos la picardía de organizar una cena romántica.

Como trabajo en una productora y el ambiente -como podrán suponer- es bastante liberal tuve la mala suerte de haberme fumado un porrito antes de hacer las compras, eso, sumado a un pensamiento divergente y obsesionado con personajes y escritores, puede tener consecuencias devastadoras.

-¡Pero vos tenés los huevos llenos, pibe!
-Hmm...
Fue con ese porro con el que logré potenciar al máximo mi capacidad de ser pajero -en todas las acepciones de la palabra- y a partir de ahí comenzó –parafraseando a Manusiyo Kurosawa-: Una Serie de Eventos Desafortunados.

16:15. Mercado de Abasto. Mi memoria a corto plazo comenzaba a fallar. Los ingredientes que tenía en la cabeza cambiaban y cambiaban. Luego del eterno viaje en el micro (sí, viajo en micro… y con la misma frecuencia con la que hago acotaciones absolutamente innecesarias…) y luego de memorizar los ingredientes llegué hasta uno de los verduleros:
-Hola, ¿tomate? –pregunté, frunciendo el ceño y dejando la boca abierta en la última vocal.
-No, Carlos, un gusto, pero tenemos tomate.
-Dame un kilo –dije rápidamente, todavía no había cazado la gansada del tal Carlos.
-Aquí tiene, ¿algo más?
-Sí, papas, cebollas, medio kilo de cada una y curry…
(Tarda como tres horas)
 -Aquí están las papas, cebollas y en vez de curry tengo comino.
-Eh, el comino no, gracias.
-¿Y por qué no?
-¿Perdón?
-¿Que porqué no quiere llevar el comino? Si sabe lo mismo.
-¡¿Qué sabe lo mismo?! –es este el momento de crisis donde resuelvo con un método que yo llamo “What would <inserte referente histórico> do?”. El único problema es que no tenía en cuenta la sugestión química bajo la cual me encontraba y entonces apareció Jim Morrison: “Buy his fuckin’ cominou, then ejaculate over and throw them on the ground”. Luego apareció Ayn Rand: “You’re being irrational, you’re denying what nature gave it to you in order to deal successfully with this kind of situations”. Pero Oscar Wilde se interpuso: “Tu buen gusto y refinado paladar tienen valor verdadero cuando descubren a sus acérrimos enemigos, y el comino, es un agravio a los sentidos”. Pero luego vino Nietzsche: “Un espíritu que se cultiva en pos de lograr un nivel superior debe procurar la perfección total, y sentencia su amarga condena quien abdica en reconocer la imperiosa necesidad gastronómica de comino".


17:50. Mercado de Abasto.
-Bueno, voy a llevar el comino.

17:51. Mercado de Abasto.
Dando media vuelta y dirigiéndome hasta la parada, una jauría de perros se interpone en mi camino. Hago el popular: “mchuiikk”. Uno de los perros hunde todos los colmillos en mi pantalón y lo desgarra, exclamo: “¡Perro del orto, nunca más voy a defender los derechos de los animales en Internet!”.

Tazas: un regalo generoso.
17:58. ¡BO-LU-DO! Me estoy olvidando del regalo. Los negocios van cerrando, veo una tienda de regalos y una agencia de pasajes. Compro una taza, la miro, dice “Te quiero”, me siento miserable. Ya sé, un pasaje a la casa de sus tíos en Encarnación, es el regalo ideal. Entro a la agencia, veo que están dos señores:
-Buenas tardes señor –dice un viejo- ¿me da dos pasajes para Encarnación?
-No, ya se terminaron.
El viejo se da media vuelta:
-Disculpame Encarnación, se acabaron los pasajes.    

20:50. Me subí al colectivo, al sentarme y soñar en la ventanilla pude darme cuenta porqué las mujeres son las reinas del hogar: O garchan acá, o garchan allá.

21:40. Luego de una ducha carismática (es mi blog, puedo agregar los adjetivos que quiera: hurr, hurr) llegué a la casa de Lucía. El verano había dejado su marca dorada en cada centímetro de su piel, la abracé, no me quedaba la menor duda de que estaba hecha de algodón. Su perfume me embriagó. Mis hormonas estaban asaltando a cada célula de mi cuerpo exigiendo más y más oxitocina, mi cuenta espermática empezaba a subir, finalmente mi pene se llenó de sangre.

21:42. Mientras disimulaba la carpa, trataba de calmar a Ignacio*. Conté hasta 100, no dio resultados. Conté ovejas, Ignacio se reavivó. Conté 70 gusanos, no funcionó. Imaginé a  Margaret Thatcher, e Ignacio durmió plácidamente.

<<*: Ignacio: la pija>>

¡Ma-es-tro!
23:50. Una vez cenados, nos dispusimos a ver una película, se llamaba: “Music And Lyrics”. Mientras se agachaba a colocar el Blu-Ray: “De esta noche no zafás”, -pensé y abrí mi celular para revisar los consejos seductivos en el Twitter: “Lo importante es ir sacando de a poco la respuesta necesaria, haz preguntas que deban responderse con un sí” otro decía: “Las mujeres son muy susceptibles a la psicología inversa, úselo a su favor”, fue entonces que, sin dudar, empecé:
-¡Nadie me dice que estoy flaco! :(
-¡Sí, estás mi vida, estás flaco! :)
-¡Gracias, Jeje! Pero nadie me dice como que estoy lindo… :(
-¡Estás lindi! :)
-Jeje, igual nadie me dice que me quiere… :(
-Yo ti kerop :)
-…nadie me quiere hacer el amor ;)
-¿Y yo soy PELOTUDA verdad?

23:55. Sorteamos el primer tropezón, gracias a mi ingenio y buen humor:
-Lucía, adiviná, qué es un anillo.
-¿Qué es?
-El culillo de un enano.

¡Miniiitash!
Lo bueno era que definitivamente no íbamos a ver la película, y la moraleja que había cosechado era que si la mina se ríe de un chiste como ese, es porque definitivamente te quiere lustrar el caño. Así es, minutos después convertiríamos ese sofá en un barco, para perdernos en un mar de sensaciones (soy el Dios de la metáfora). La desvestí con delicadeza, ella estaba sobre mí y yo recorría su piel dorada, el lunar en su cuello suave era un fetiche que me enloquecía, yo la besaba y ella respiraba como una parturienta. Llegamos a lo que podría considerarse como el límite del deseo humano (y el récord mundial de cuenta espermática). Ignacio estaba prácticamente indignado, a punto de estallar.

Seguimos con la juerga pero cuando traté de sacarme los calzoncillos ella me atajó y me dijo:
-¿Para que te sacás?
-Para jugar ping pong, PELOTUDA –pensé.
-¿Por qué? –pregunté.
-Es que si te sacas el bóxer, es para algo.
-Vos sabés Lucía que yo te adoro, pero no me vengas a esta hora con planteamientos teleológicos por el amor de Dios. Vamos al meollo.
-¿A dónde?
-A la-puta-que-te-parió –pensé.
-Nada, mi amor, que me expliques directamente cuál es el drama.
-Bueno, yo tengo que llegar virgen al matrimonio –dijo, levantando las cejas, -y posó la mano accidentalmente sobre Ignacio-.
-P...-p-pasame la taza -balbuceé.
-¿Qué?
-¡LA POSTA MARCEEE...! - FAP FAP FAP